Javier Hernández, con este libro, se disgrega en dos autores aparentemente opuestos. Del peso pesado y el combate largo (más de 400 páginas, más de 400 golpes, sus novelas publicadas) da el paso al vacío del relato corto o el cuento, y gana los combates por k.O. Desde Borges, sabemos el valor del cuento frente a la temperancia de la novela. El estilo del autor es el mismo, es la velocidad del golpe lo que lo hace más contundente aún, y la huella que deja es más profunda. Hijo del género negro, nacido en el mismo barrio que Debrigode, Javier Hernández vierte su licor literario alimentándose de aquello que nos acerca a una vibrante humanidad, ajena a la rutina adormecedora. Y ese lugar es el delito, lugar sin embargo poblado de psicópatas, neuróticos incurables que ejercen el poder en círculos acaparadores y moralmente polvorientos. Delitos universales, delitos que mueven la economía en estos tiempos de espirales negras en Canary Islands. Incluso el inspector Carles, hombre bueno y decente que en las novelas de nuestro autor pone los puntos sobre las íes, aquí, en este libro de cuentos, se complace solamente es ser un lector. Días y noches, y siempre una mujer en la ventana...