El Metro de Madrid es algo más que un simple transporte. Se trata de una ciudad fabricada en los sótanos madrileños que no permanece estática, sino que se extiende cada vez más, con el fin de comunicarnos con cualquier zona por alejada que ésta sea. Los vagones de sus ferrocarriles, sus pasadizos, los personajes y los trabajadores de este mundo subterráneo tienen para muchos algo de entrañable, de familiar; son rápidos y audaces, y en ellos surge una hermandad y complicidad difícilmente explicables.
El Metro es la vía conductora de esta novela, y muchas de las anécdotas y de los sucesos narrados ocurren en este Madrid paralelo.
Para José Luis Guijarro, escribir es aventurarse, es dar paso al corazón, a la imaginación, a los recuerdos y a los deseos; es navegar con el timón de lo posible en una capital cada día más compleja que empieza a pagar el precio de otras grandes ciudades, pero que el autor nos presenta capacitada para adaptarse a las circunstancias sin perder la esencia de esta gran aldea manchega, que sabe llorar y reír cuando las circunstancias lo demandan y que otorga su maternidad a todo el que la solicita.