Lector, este libro es un raro manjar; léelo accionando todas las posibilidades de tus ojos –pupilas son papilas–, disuelve su sustancia pausadamente con las enzimas del entendimiento, para que sus raros aromas y su textura delicada lleguen verdaderamente hasta el lugar apartado de tu sangre donde –lo dijo Santa Teresa– hay Moradas: allí morar y mirar son una y la misma cosa.
El libro de Amílcar es el reflejo –la hipóstasis, mejor dicho– de su descarada independencia; piensa como le da la gana y sobre lo que le da la gana, por eso se planta frente a la anciana teología y le deshollina los huesos, y con ellos bien lustrados se pone a dar mandobles en los prestigiosos –y al parecer hoy día tabúes– costados del concepto Infinito.