Algo queda en el aire en cada uno de estos relatos. ¿Siempre exige el éxito contrapartidas, incluso a un atleta elegido por el atavismo benefactor de su tierra?, ¿qué sorprendente encargo consigue que un funcionario hastiado sienta emociones?, ¿la invención de historias de resistencia, exilio, y heroísmo puede reconfortar a un hombre repudiado por sus paisanos?, ¿qué designio lleva a una mujer a odiar a su vecina?, ¿qué impulso hay que imprimir a un libro para salvar una vida?, ¿cuántos años han de transcurrir para que el azar brinde un castigo liberador?, ¿qué grado de lucidez evita que no se cumplan los sueños?, ¿hay vidas que se entrecruzan pero no convergen aunque parezca que estén destinadas a ello?
Planteando incertidumbres, más que estableciendo certezas, la literatura se acerca a la realidad, porque, de igual modo que en cada uno de estos relatos, en cada episodio de cualquier vida hay sucesos inacabados, inexplicados e inexplicables. Historias que suceden sin que sus protagonistas puedan controlar sus propios deseos y a veces ni siquiera sus propias reacciones, ni, por supuesto, lo que les rodea. Y es eso, lo que queda en el aire, lo que hace que cuando se termina de leer, se quiera saber más, igual que cuando acaba un capítulo de la vida nos preguntamos por sus motivos, su origen, sus consecuencias… Lo que queda en el aire impide que la literatura y la vida acaben alguna vez.
Aunque, al final, lo que queda siempre en el aire son las palabras que crean a todos los personajes literarios, que es como decir a nosotros mismos.