La creación de algo entre los que se aman, compartir esfuerzos imaginativos y activos, fortalece y desarrolla el amor. Para ello, el amor no sólo ha de ser correspondido, sino que tiene que ser comprometido: ha de reposar sobre una comunicación mutua que no es fácil de lograr. De este modo, crear juntos se convierte en la más difícil tarea, en un empeño común que, por su propia dificultad, está llamado a ser fugaz. En muchos casos, su fugacidad revela la ilusión sobre la que reposaba. En otros, pone de manifiesto las dificultades de todo intento de hacer del espacio creativo un espacio compartido. He aquí otra manera de enunciar la difícilmente evitable soledad del creador. En los momentos de tensión, cuando el conflicto está a punto de desencadenarse, tal vez sea posible renunciar a buscar un culpable, elevarse por encima de la culpabilización del otro y alejarse de esa manera de la eventualidad del conflicto. Sin embargo, cuando la tensión se desborda hacia el abierto conflicto, no cabe esperar otra cosa que la descarga de la culpa sobre las espaldas del otro. Naturalmente, en la mayoría de los casos, se trata de un proceso de ida y vuelta. De tal modo que los sujetos implicados no pueden escapar a la espiral de los reproches y el amor empieza a resquebrajarse, se cae a trozos como un muro construido con escaso cemento o a partir de una amalgama de materiales de mala calidad.