Un primer accidente laboral lo apartó de la actividad productiva porque una de sus manos quedó inútil. Como consecuencia de un segundo percance, que perjudicó su integridad física, se ve ahora obligado a arrastrar su cojera por salas y pasillos, patios y aparcamientos. Con todo, lo peor es su relación con el compañero con quien le tocó en suerte compartir sus horas de vigilancia, quien le deja entrever que su tortura se origina en los celos que siente ante la soledad en que queda su mujer, recluida cada noche con sus hijos. Enormemente disgustado, lleno de enojo y coraje, mientras recorre el largo trayecto de madrugada, su mente lo va obsesionando con la idea de romper aquel reloj marcador, que lleva colgado al cuello, cuyo tic-tac insistente acaba por desenfrenarlo. Abandona su puesto de trabajo, y sale precipitado del lugar donde pena y se aflige por su condena. Luego, en casa, Valentina lo acoge amorosa. Él intenta explicar su gesto de rebeldía; mas, la realidad familiar, con la súbita irrupción del menor de sus vástagos en la estancia, termina por hundirlo en su miseria.