Larga exposición, un tanto profusa y desordenada, que Acacio hace a Guido, quien viene a entrevistarlo por causa de un informe recibido en la redacción del periódico de una célebre ciudad, supuestamente de Italia. El texto versa sobre la ocupación de Barbato, líder indiscutible del mercadillo artesanal, en auge durante la semana, instalado en la Gran Plaza de Sálgora, negocio que disfraza su verdadera actividad como mercader del agua, con cuyo precio especula y se enriquece. Acacio, no conforme con cuanto acaece en el ámbito, emprende su acerba diatriba contra Barbato y su séquito, que es numeroso, lo cual no le granjea simpatía en el medio; especialmente entre los vecinos de calle La Bondad, donde tiene su domicilio. Un día aparece Leandro con su carromato, en el que viene también su nieta Romina, de belleza subyugante. Acacio cae perdidamente enamorado, sentimiento al que ella corresponde; aunque, la relación, un tanto espinosa, acaba causándole estrago en su valoración íntima. Más tarde, cuando Lidia lo conquista, Acacio siente celos de Urso, que es más joven y vigoroso. Se arreglan las cosas al fin; pero, Acacio persiste en esa cuita profunda que lo conmueve, porque la dolencia humana que percibe en torno, así como doquiera se traslada en el mundo, lo consterna y abruma, trocando su ansia de felicidad en tribulación y melancolía.