Manuel Verdugo es la voz literaria lagunera por antonomasia, una vez desaparecida la generación de poetas regionalistas que le precedió. Pérez Minik en su Antología de la poesía canaria (1952), señala que Verdugo «entre el Ateneo y su casa de la plaza de los Adelantados y paseando por entre calles y caminos, repartirá su vida de último poeta que no tiene otra ocupación sino su poesía. En La Laguna llega a ser un elemento irremplazable, como su Instituto, su frío invierno o su palacio de Nava».
Huellas en el páramo se publica en La Laguna en 1945. Llama la atención, entre la amalgama de estilos, temas, y tonos que adoban los versos reunidos en este apartado, la presencia de «la temática regional», tan al gusto de los poetas de la Escuela Regionalista y dos sonetos y una silva consagrados a la vetusta capital decapitada: «Ciudad de La Laguna», «San Cristóbal de La Laguna», y «Un bello anacronismo».
Más de una voz crítica ha señalado que la poesía de Verdugo se sobrevaloró en su tiempo; quizá sea así, pero no es menos cierto que el poeta se curó en salud, «fatigando a la crítica» y enrocándose en el ultimo verso de su soneto «Tic... Tac...»: «¡Si todo cambia en torno, yo siempre soy el mismo!»