Tiene aquí el lector, en una obra, una escritura sórdida de un texto grave, y un discurso grave de una creencia burda: si el primero autoriza por su propósito pero ridiculiza con su lenguaje, el segundo acrecienta su mofa en palabras solemnes. El Misangelio y La memoria de Quevedo son, por tanto, la burla de un dios adusto y la invención de un dios ridículo… una teología desrealizada y una religión apócrifa: un Lucifer manso que ríe y un Dios pode-roso que amenaza; un desengaño literario que urde un descreimiento doctrinal, testimoniando cómo los siglos quitan valor a la muerte de Jesús al hacer dichosas las décadas que preceden a su advenimiento, o hallándose los hombres tan crueles como poco antes de su suplicio.