El aula de Ciencias era algo así como un paraíso donde Víctor gozaba dejando volar su imaginación entre las colecciones de objetos y animales curiosos que se mostraban en las grandes vitrinas. Sentía predilección por la garza blanca, un precioso ejemplar de largas patas y cuello fino. Víctor tenía otro motivo para sentirse contento en su pupitre. A su lado se sentaba Maggie, una niña pelirroja de ojos verdes, pequeños y brillantes como dos piedrecitas de olivino. El primer día de clase, Víctor sufrió una profunda decepción al contemplar que el asiento de su compañera estaba vacío. «Maggie», la palabra que Víctor había grabado con su cortaplumas en los troncos del bosque de laureles que coronan el valle, en las lajas de lava del barranco, en las amplias hojas de las plataneras.
Y éste es el comienzo de una hermosa historia que no desdeña los sueños ni la savia imborrable del mundo real.