Una agresión, un hecho desgarrador del que participamos directa o indirectamente tiende a perderse en la memoria porque de otra forma no podríamos sobrevivir. Una permanente batalla en la que una parte de nuestra psique lucha por mantener a raya a la otra. Las circunstancias pueden pulsar el resorte que nos conecta con el miedo, con el odio, con la venganza. Historia inconsciente, ancestrales miedos en un universo que es un todo conectado. Indicios que sólo un buen sabueso puede olfatear, señalan con falange descarnada al fantasma del Viejo Arlequín, a la evidencia de que los muertos de la guerra, de todas las guerras, han despertado con ansias de venganza.
La pérdida de la inocencia que conlleva todo proceso de madurez no permite que las cosas queden como están y desentierra los mensajes de un pasado colectivo a través de esa corriente vital llamada presente continuo.