Marcial es un canario que se debate entre su deseo de salir en busca de horizontes más amplios y la angustia que le produce su prolongada permanencia en las Islas. Desde edad temprana le subyuga la idea de partir, y, en el fondo, envidia la aureola que envuelve a quienes marcharon al encuentro de la fortuna, que unos supusieron hallarían en América y otros en cualquier lugar del mundo, o tal vez cruzando los mares como tripulantes en barcos de carga y de pesca, en buques de turismo y en enormes petroleros. Marcial se mantuvo firme en su propósito hasta dar cumplido fin a su anhelo, y, un día, zarpó rumbo al Caribe en un transatlántico italiano, donde se coló de polizón; aunque… Inocencio cree que no, que no fue capaz de irse sin antes despedirse de Isabelita. Y es que, la vista de Santa Cruz entre dos luces, lo compungió de tal modo, que hubo de saltar a tierra y regresar en seguida a San Andrés para abrazarse a su madre. Estando fuera, sufre también por el ansia de volver, aunque le tortura la perspectiva del retorno. Su estancia en Canarias le ensancha el corazón, y canta regocijado su alegría y su contento. Pero, el confinamiento entre el litoral y el monte acalla su grito de libertad y trunca su ímpetu viajero, arrumbando a un lado su loca aspiración. Su voz suena entonces desgarrada, en coplas de fuerte sabor isleño, con que ahoga su nostalgia y se hunde en una magua desmedida.