Desasosegado por los acontecimientos que sobrecogen al mundo, Pausidio se vuelve al pasado, en el entorno de su pueblo, que tenaz recorre en busca de vestigio, no señalado en el acervo histórico de la región. Puesto en práctica su plan de estudio, este hombre decide hacer un recuento de las casas, mientras pasea sus calles, de punta a cabo, anotando los números de todas y cada una; advierte, en el proceso, que muchas fachadas han sufrido alteración y varios edificios han sido de nuevo erigidos. Entonces intenta recordar su imagen pretérita, lo cual lo lleva a pensar en las personas residentes en su momento, de quienes intenta recordar sus características y destacados aspectos. Después de recorrer el mundo de su limitado ámbito, Pausidio vuelve a su espacio preferido, en su localidad, cuyos habitantes muestran cierta reticencia hacia él. De ahí le viene la idea de fabricar unas bolas, de especial estructura, en las que introduce su crónica secreta, relativa a los moradores de las viviendas; luego, al no obtener, por parte de la gente a quien va dirigida, ningún tipo de respuesta, decide almacenar sus escritos en un hangar. Las lluvias torrenciales, de un otoño tormentoso, provocan una riada que inunda la comarca; como consecuencia de ello, el hangar se ve anegado, y, las bolas salen unas flotando y, otras, quedan en el barrizal enterradas. Descubierta la enorme cantidad producida por este hombre, el primer grito es de asombro; luego, al abrir alguna y leer su contenido, el estupor cunde en la población.