Taylor se desplomó de espaldas a la puerta y dejó que sus lágrimas cayeran.
Ya no sabía dónde estaba. Guardó silencio y se dejó arropar lentamente por la oscuridad que entraba por la ventana. La noche era igual de cruel que siempre y le daba la esperanza de tener un amanecer asegurado. Tenía un caso abierto. Tres ladrones, una mujer muerta en su bañera, desangrada. Cerró los ojos, intentó asumirlo, intentó calmarse. Había atropellado a un hombre. Estaba a punto de perder lo último que le quedaba.
Acababa de firmar su sentencia de muerte.