Julia Gil, más que convencer con su palabra, intenta conmover, es decir, despertar nuestros sentimientos y sensaciones, porque íntimamente unido a su compromiso literario está el compromiso con el otro, con el deseo de mejorar su vida, sus ideas, a través de una escritura que aboga por la claridad. Y no escribe solo desde la memoria sino que inventa espacios donde todo es posible; mundos, personajes y situaciones a la medida de su fantasía y sus deseos. Por eso, en Once trapecios al trasluz, aparece el eco de la infancia, ese lugar desde el que se mira de un modo diferente todo lo que nos define como habitantes de un tiempo y un lugar. Son experiencias primeras que Julia Gil va enriqueciendo y transformando. Un mundo en el que despiertan las emociones, los afectos; mundo de misterio al que la escritora vuelve inevitablemente una y otra vez, como si quisiera buscar ese tiempo perdido y recobrarlo a través de la memoria y la magia de la escritura.