«Siempre fue una niña compleja», le advierte el hermano de Ruth a Alberto antes del primer encuentro. Nadie sabe realmente cómo es Ruth o por qué tiene comportamientos tan extremos. Pero a pesar de la advertencia, Alberto no se lo piensa dos veces antes de lanzarse a quererla. Hay ofensas y agresiones que se enquistan… y enquistados están todos los dolores de Ruth. Es la mujer al borde del abismo a la que, a lo largo de muchos años de vida en común, Alberto intenta hacer entrar en razón sin éxito alguno; la que reacciona de manera exagerada y violenta a todos los «malos» que se le suelen aparecer sin previo aviso. No se la ha visto llorar desde hace mucho tiempo, pero las lágrimas están, igual que están el miedo y la necesidad imperiosa de ajustar cuentas con el pasado. La paz de Ruth, la curación definitiva de todos los daños antiguos, llegará en los dominios del dueño del barranco, un territorio borroso en el que locura y cordura se dan la mano. Porque a veces pasa que se encuentra alivio para la crudeza de la cordura en la paz de la locura... aunque sea la locura de otros.