Pícar escribe estos recuerdos laguneros con ardorosa pasión.
En un estilo que a veces resulta desaliñado y con frecuencia irónico, se lamenta de la incuria de muchas personas de valimiento que ha propiciado que nuestras riquezas históricas estén diseminadas por Europa y nuestras nobles costumbres borradas. Ellas, hoy como ayer, son las principales detractoras de quienes desean sacudir el letargo y abrir los ojos al pueblo engañado.
Por sus apuntes desfilan petimetres en bicicleta, sotanas políticas, ayuntamientos destructores y una burguesía inactiva que huye de la ilustración e impugna los nuevos valores culturales, limitándose al chismorreo y al coleccionismo de baratijas.
El libro está compuesto por unos apuntes heterogéneos, una mezcolanza de situaciones, personajes y descripciones apretadas y espontáneas, plagadas de flores y espinas.
Hacemos nuestra su nostalgia por los mejores tiempos perdidos, así como su creencia en la necesidad de difundir el saber, y educar a las nuevas generaciones, si no queremos ser borrados de la lista de los pueblos cultos.