Solos en la velocidad del mundo hemos estado estos años. Primero viviendo, amando, escribiendo poemas en las nubes, o en las arenas del desierto, siendo verso en el aire, como el poeta chileno Raúl Zurita que escribió sus creaciones más íntimas en la arena de Atacama, como Huidobro que subía a los aviones para escribir en las nubes y desde ahí vio a Altazor estrellándose en el desierto del lenguaje. Y desde el aire, ser el haz y el envés de la hoja, la línea que se traza desde el árbol al mantillo del bosque, sin saber el principio ni el final.
Nunca me propuse escribir artículos, ensayos, reseñas, porque siempre he huido de todo determinismo académico que, aunque necesario a veces, quisiera despejar de estas líneas y, mucho más, de la creación poética. Me han preguntado por qué ahora sí lo hago y siempre contesto que el ejercicio de la poesía y de esta prosa son realmente lo mismo, el haz y el envés de la misma hoja que lentamente el viento ha ido desplazando. Entender que la poesía de una manera u otra es un diálogo constante entre las palabras y quienes las articulan y que aquí no caben limitaciones de tiempo ni de espacio. Entender que llega un momento en que lo poesía se transforma en muchas voces que se unen desde las habitaciones de las soledades individuales.
Espero humildemente que este diálogo que emprendí lentamente hace ahora tres años les sirva a ustedes si no para iluminar sus vidas, sí para que sea un rescoldo en sus noches de vigilia.