Un personaje etéreo, sin rostro ni edad, sediento de identidad y ávido de exploración y experiencia, va tejiendo situaciones, emociones, reflexiones y trayecdtorias que consigue sobreponer su desenlace al escritor convertido en sí mismo, en una vivencial multiplicación. Rubén Díaz juega a dibujar la diacronía dispersa de este personaje, remitido a otro escritor -Antonio Carmona- para amplificar así la condición lúdica del conjunto narrativo. Al autor le seduce la mirada ciega del poeta, repleta de luces e idearios, y el hilo narrativo se erige inseparablemente en un solo corpus. Un tercer escritor, Antonio Abdo, es el elegido para prologar con su mirada el resultado. Estos textículos son comentados como un testimonioal viaje de idea y vuelta en el que el escritor protagonista se convierte famliarmente permeable a sus ya tres colegas (Díaz, Carmona y Abdo), completando así la sedimentación final de la obra.