Nuestro personaje había sido formado con una educación cuasi espartana, lo que había hecho de él, un hombre disciplinado amante del orden y la responsabilidad. Lo que le llevo al ámbito de la reeducación de aquellos a los que la sociedad no les había brindado, la posibilidad de serlo.
Seres humanos de difícil convivencia, pero no por eso había que dejarlos a su suerte, pretendiendo sólo indicarles un camino que aunque áspero, difícil y tortuoso al menos les bridaba la posibilidad de encontrar la salida. Interés y deseo que nunca su familia compartió. Sin embargo con el tiempo comprobó que aquel sistema que el defendía con uñas y dientes, no sólo no compartía su hacer sino que su brazo togado ejecutor, de manera grave se lo recriminaba. Esto le producía un desasosiego, que no se sabe si por nervios o por desidia, se reflejaba en el rictus de su cara, parecía el esbozo de una sonrisa, en un ser inanimado, como si de vulgar esfinge se tratara.