El microrrelato es un género que está emparentado con las greguerías, el juego de palabras, el non sense y la literatura del absurdo de raíz dadaísta. Los relatos mínimos apenas tienen personajes, poseen una mínima ubicación temporal y su acierto depende de la extrañeza o sorpresa que provocan. En este terreno prevalece la imaginación sobre el realismo y el humor por encima de la gravedad. Sus textos, en ocasiones, se acercan a las sentencias, a los aforismos o a la sutilísima poesía de los haikus. En el arte de la brevedad se juega también con la recreación de otros textos anteriores; una suerte de intertextualidad que navega por los territorios del mito o los arquetipos literarios, dándole siete vueltas de tuerca al famoso dinosaurio de Monterroso, pero también revisitando la obra de otros autores de por aquí o de más allá.
Dolores Campos-Herrero nos ofrece en estas Ficciones mínimas unos magníficos fuegos de artificio: tan breves como fulgurantes, tan fugaces como una palmera de luz en la oscuridad. Y este universo imprevisto de laberintos, incertidumbres y paradojas constituye una acuciante invitación a pensar.