Un jardín canario, la obra de mayor aliento de Domingo Bello, es un curioso y magnífico ejemplo de prosa didáctica. Curiosa por su claridad y pertinencia, inspirada directamente por el espíritu divulgativo de Viera y Clavijo, y brillante por el acierto de la prosa del autor y su huida de cualquier pedantería o engolamiento. El pretexto argumental es simpático: un tinerfeño, natural de Puerto de la Cruz y fabulosamente enriquecido por el comercio, funda en una de sus posesiones, en Shangai nada menos, un jardín en el que cultiva todas las especies de la flora canaria. El comerciante y un visitante de origen lagunero destinado en Manila visitan el jardín y lo recorren placenteramente, mientras dialogan, con mesurado entusiasmo y curiosidad incansable, sobre la botánica del Archipiélago. El lector de principios del siglo XXI encontrará en este jardín información de interés y alguna escena graciosa o inverosímil, que se encuentra justificada por un final esclarecedor. La nostalgia por el terruño está presente en cada página, ofreciéndole cierto toque emotivo a la descripción científica de la riqueza vegetal canaria.