Fue un romántico muy tardío, que encontró en el aliento regionalista, en la exaltación de paisajes naturales y leyendas guanchinescas, su asunto predilecto para una poesía entusiasta, desbordante y verbosa. Como el resto de la producción lírica de la llamada Escuela de La Laguna, sus versos podrían entenderse como un modesto intento de legitimación identitaria de la pequeña burguesía local isleña. Aunque uno de sus temas favoritos es lo guanche, como condicionamiento afectivo hacia una raza desaparecida pero viva en el recuerdo, también le canta a la fusión de las razas y a la unidad de la patria total. El mar y los temas religiosos se suman a la temática que recoge esta antología. Su gran respeto por la medida de los versos y la consonancia sonora propia de la época, y tan distinta al concepto actual, hace que sus poemas sean como una música hablada.