Wake es un pequeño caserío formado por doce torreones que se agrupan estrechamente en el paisaje como un gran bloque de piedra oscura, agrietado por una serie de estrechas callejuelas laberínticas. Los días de sol son muy pocos en esta parte de la isla, siempre envuelta en una espesa bruma que venía siguiendo al Neerland y se prolongó costa arriba para sumir a la ciudad de Wake en una oscuridad de nieblas y misterios. Lo que está aquí enterrado son viejos huesos simplemente. Pero el espíritu de toda esta gente y de sus descendientes sigue en Wake, de donde no ha salido desde el naufragio del Neerland. El joven protagonista siente a veces una especie de pequeño susto y congoja que no se pueden definir, pero también se complace con el grato encantorio que una vez al año hace florecer un huerto entero de tulipanes, y sabe que su deseo más ferviente está a punto de cumplirse: va a comenzar sus estudios de bachiller en la cercana ciudad de San Cristóbal.