En el viento de Lotavia, en los alisios atlánticos, en el aire de estos relatos, siguen quedando las palabras con que se crean los personajes literarios, con quienes, al mismo tiempo, nos creamos. ¿Hasta qué territorios hemos de huir de nosotros mismos para comprender que ya la huida no es posible?, ¿debemos prolongar la vida de los muertos que amamos haciéndonos eco de sus actos?, ¿qué convergentes mundos paralelos conforman la espiral de nuestros afanes y nuestras pérdidas?, ¿qué rastros de nuestro pasado continúan recordándonos lo que pudimos ser a pesar de nuestros defectos?, ¿por qué, a veces, no obedecemos a nuestras apetencias?, ¿existe el viaje definitivo, aquél que hemos de emprender para arribar a la región en que seremos felices?, ¿qué violencia nos impulsa a atacar aquello que nos coloca ante nuestras frustraciones?, ¿cuál es el mejor talante para aceptar una derrota?, ¿cuánto es más terrible la multitud que la individualidad, o viceversa?, ¿nos conviene refrenar nuestra imaginación en el momento en que tropezamos con el objeto de nuestras fantasías?