Cada noche la desconocida se sentaba junto a su cama de convaleciente a la luz de la lámpara de lectura. Abría su libro y con su mano derecha rozaba el vendaje que cubría su cicatriz cada vez que pasaba una página. Entonces él cerraba los ojos, se abandonaba a la fiebre y en su delirio volvía a convertirse en el niño flacucho que solía llorar a escondidas en el armario del recibidor y luego en el adolescente silencioso que ocupaba la primera fila de la clase y, al final, en el hombre joven que lloraba frente a un espejo.
Cinco relatos independientes que se entrelazan. Personajes que vienen y van de un relato a otro, de un lugar a otro, de un tiempo a otro. Personajes que viajan sobre todo por el interior de sí mismos. Todos ellos vuelan y también sus historias. Porque al final todo vuela.