La polifonía de voces a la que nos tiene acostumbrados Víctor Ramírez, adquiere en esta novela una fuerza expresiva fuera de lo común, una libertad narrativa en el uso de la lengua canaria en la que se cruzan y entrecruzan realidad y evocación, lo urbano y lo rural, la ternura y la crudeza. Víctor Ramírez es esencialmente un vitalista capaz de responder a nuestro anhelo de reconocernos tras la rebelión, en esa tarea común que es narrar, y que constituye el alma de los pueblos. Entrañables personajes arrancados a nuestra memoria colectiva descienden de los riscos para restituirnos la energía. Y nos admiramos sinceros de cómo un cabrero viejito y con poco cuerpo, alguien completamente sorroballado a golpes, puede morirse sonriendo, con los testículos del abusador exprimidos en la mano buena, en su mano izquierda muy trincada.