Los lectores de los dos periódicos que publicaron seriada en el verano de 1995 la extensa crónica El clan de los tramposos, encontraban cada día el reporte minucioso y preciso de un investigador privado que entrega a su cliente el relato casi policíaco de una historia de encuentros clandestinos, promesas difícilmente cumplibles y compromisos con final incierto. Así, cuando se leen de un tirón todos los capítulos diarios nos encontramos con una extraña obra de intriga, con la particularidad de que los protagonistas de esa novela somos nosotros mismos. Y encima, es de esas novelas en las que el lector nunca sabe quiénes son los malos (y mucho menos quienes son los buenos, o si los hay), ni siquiera al llegar al último párrafo. Adán Martín.