“El poeta cerró los ojos sin decir adiós a nadie. Un filete fúnebre dio la noticia, de refilón, para sorpresa y malestar de quienes lo conocieron. Dotado de una gran fuerza creadora, una pasión avasalladora, se vio arruinado en mitad del camino y una voluntad de desistimiento, inquebrantable, lo llevó a la sombra, al voluntario e irrecuperable destierro de su propia esperanza. Ha muerto, pues, en una opaca penumbra, lúgubre y desolada, que quizás recordara uno de sus primeros poemas dramáticos El Velorio del Albañil, entre cirios a medio consumir y llantos aislados. Se llamó, antes y después de su hora de esplendor, Augusto Sacoto Arias…”
Raúl Andrade. “Lápida sobre un silencio”. “El Comercio”. Quito, 15 de enero de 1979