Un hombre es golpeado por una enfermedad inmisericorde en la plenitud de su vida. Él, que creía ser dueño de su tiempo, se enfrenta de golpe a la idea de la extinción absoluta con una mezcla de orgullo e incredulidad. Por un momento no sabe si es un perdedor. Pero un perdedor tiene también sus pequeñas victorias, sus triunfos para recordar, los instantes de éxtasis, las mujeres que amó, los cuadros con los que fue feliz. Sabe que es impúdico mostrar la ruina propia a los amigos, y se propone aprovechar la experiencia de su enfermedad para ser menos vulnerable. Ante todo no rendirse, luchar para sobrevivir. La vida siempre vale la pena. Hay que fortalecerse, afirmarse con valentía, encontrar nuevos códigos para la vida y para el arte, más allá de la convulsión y el vértigo. Asumir serenamente el tránsito, gozar con lo mejor de su tiempo: la Mujer. Mujeres grandes, poderosas, repletas de vida. Porque lo peor no es la muerte sino la ausencia del amor.