Largo oscuro origen es un magma verbal que trenza historias descabelladas y finalmente desmentidas. Un contrato entre un narrador enardecido y unos lectores entregados para mentir y dejarse engañar, respectivamente, mientras las palabras fluyan creando mundos posibles. El narrador, en otra de sus apariciones, no tiene recato en reconocer que está «hablando de una época en que todas las mentiras solían ser verdad y en que todas las verdades solían ser puras mentiras». El mundo puede ser contado de muchas maneras: la pesadilla es una de tantas. Y la literatura está para esos cometidos. Todas esas criaturas anormales inventariadas y gestionadas por Víctor Ramírez, todos esos humillados y ofendidos, para decirlo con el título de Dostoievski, desprecian la lógica existencial convencional, viven al margen de cualquier código moral, y se entienden en un lenguaje del que ha sido despedida la gramática. Víctor Ramírez no sirve a la lengua, se sirve de la lengua para desplegar toda su capacidad de invención sin trabas de ninguna índole, fundando la expresión y no siendo vasallo de ella, una categoría creadora que hace muchos años otros pusieron en práctica dentro de la literatura narrativa occidental, desde Joyce a Celine, desde Guillermo Cabrera Infante a Roberto Bolaño, por poner algunos casos significativos de nuestra lengua española común. Juan Manuel García-Ramos.