La trama de la nueva obra de Jesús R. Castellano, Libro del cuervo, se desarrolla, en buena parte, en «los callejones oscuros y los lindes donde terminan los barrios obreros, acaban los talleres y aparece el campo inhóspito aún, ralo», tal y como ha explicado José María Lizundia Zamalloa, quien también afirma: «Esto es algo propio de los escritores de raza. Tan de raza, que sus obsesiones y su vida solo tienen una justificación literaria.
De forma que suma todos los factores que configuran ese tipo de creadores y uno de esos factores es su conocimiento de la literatura clásica española (o en español) como si fuera una segunda piel, a lo que convendría añadir esa imagen especular que en lugar de devolverle la imagen en cuero de un rockero, que no le molestaría, le da otra más interesante y prestigiosa de sesgo canalla y periférico, pendenciero y merodeador, de quien en su día se encomendó a los dioses nocturnos y subterráneos como Burroughs, Malcom Lowry, Bukowski aunque también a Sor Inés de la Cruz o al Marqués de Rivas, en los que ha saciado su nihilismo constituyente, nada de posmoderno y actual».