Verano de 1966; una capital de provincia; el bar de Edelmiro en una calle cualquiera. Edelmiro siente pasión por una de las tertulias habituales y cree que su cultura se amplía gracias a Los inquietos, poseídos por la vocación de contertulios, y ampliamente versados en los grandes temas del Arte y los comentarios de política nacional e internacional. Un frente común contra lo que ellos representan, lo constituyen los cuatro orondos carcamales de la localidad, que también se reúnen en el bar de Edelmiro, bajo su mirada impertérrita. Ésta es la crónica de una canallada que se asienta sobre rencores ancestrales, vilezas nefastas y enemistades imperecederas que sólo coinciden en el rito de las reverencias y los besamanos. «Las cosas son como son y no cabe darles vuelta» –piensa Edelmiro. Y se siente más consolado.