Descansa en una roca rojiza, carne desvaída; siente el contacto amigo que guarda en sí el calor de ese sol lejano. Cierra los ojos y por unos instantes se duerme y se confunde. Todo es una misma existencia. Pero no puede serlo. Silvestre quiere despejar la cabeza de esa torpe borrachera, de esa desgana ante el destino. No es propio de los hombres. El hombre es la movilidad y la independencia, el alejamiento del dormir y del quieto soñar: el movimiento sobre las quietas piedras. Sí, el movimiento más que el sentir. Muchos necesitan metafísicas seguridades para luego dedicarse al comercio, a la política... Con esos conocimientos descansan y son posiblemente felices. Es una sustancia que está aparte y saben que les pertenece. Pero toda esa cáfila de gentes ni siquiera, a su muerte, caerá en un infierno. No caerá en nada porque ni en un suspiro ha de transformarse. Oscuridad, ni siquiera oscuridad. Nada y olvido.